La literatura
hermana. Hará cosa de unos pocos días, recibí un correo de una de mis
veintitantas lectoras; decía más o menos así: “Fui al buzón del STJ a presentar
una promoción de término, y cuando llegué estaba en las mismas carreras un
abogado a quien no conozco; dije: “Buenas
noches”; y él respondió: “Los
amorosos callan, el amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más
insoportable” y yo pensé: “Órale”; y como no me gusta quedarme atrás
respondí: “Los amorosos no pueden dormir,
porque si se duermen se los comen los gusanos…”; mira que aunque una no
quiera se anda reconociendo por estos caminos.
Lo anterior viene a cuento, a raíz del affaire Peña Nieto en la Feria del Libro
de Guadalajara.[1] Si
no lo conoce o no recuerda los pormenores, querida lectora, apreciable lector, la
cosa estuvo más o menos así: En la presentación de su libro, le preguntaron lo
siguiente: “¿Qué tres libros han marcado
su vida personal y política?”; a lo que entre otras cosas, el aspirante a
la Presidencia de la República respondió que: “La biblia es uno”, mismo que no leyó por entero pero sí algunos
pasajes, sobre todo en la adolescencia; recordó la “Silla del Águila”, “de Krauze” (SIC) -obra que en realidad fue
escrita por Carlos Fuentes-; y uno “del mismo autor” -Krauze, no Fuentes- del
que no pudo recordar su nombre siquiera, pero que resumió diciendo que se trata
de un libro que habla del México de los caudillos transitando hacia “el México institucional”.
A ver: ¿De qué nos azoramos? Sinceramente, no creo
que Peña Nieto sea más ignorante que la media de los mexicanos; dudo mucho que
la mayoría de compatriotas y compatriotos que deambulamos por este País pueda
citar de memoria y de corridito, el título de tres obras literarias que además
y para acabarla de amolar “lo hayan marcado”. Si apenas lee, el mexicano
promedio difícilmente habrá sido marcado por un libro; si acaso y si bien nos
va, por una telenovela memorable como “Los Ricos También Lloran” (yo me acuerdo
que al baile de graduación de secundaria llegué tardé -y eso que era el
encargado de los boletos- porque no más no podía dejar de ver el final
memorable del que por cierto no me acuerdo si terminó en beso o qué). En este
sentido, Peña Nieto es tan mexicano como el mole o el Jarabe Tapatío.
No, yo creo que los tiros deben ir por otro rumbo.
En primer lugar, la mentirota. Bueno, las dos
mentirotas. Es natural que uno pueda fallar en el título de un libro o en el
nombre de un autor; ahorita mismo le puedo narrar a usted la trama de una
novela de ciencia ficción que me encantó -que leí hace años-, pero que si me
pregunta así a bocajarro cuáles son el uno o el otro, lo cierto es que no los
recuerdo. Pero no me pregunte usted respecto de los libros que “me han
marcado”, porque ahí sí me arranco y ya no me detengo, parezco apache, oiga, de
lo tiznado que estoy. A la famosa isla nomás no me podría llevar diez, o ya
entrados, ni siquiera veinte tomos. A la isla del problema legendario -(¿si
tuviera que irse a vivir a una isla desierta cuáles libros se llevaría?)- me
llevaba una minibiblioteca de, por lo bajito, 40 obras, en claro perjuicio de algunas
latas de atún y jamón endiablado -ya me preocuparía luego del asunto de la
comida-. ¿Cómo, pues, olvidar una pinchurrienta lista de tres libros? Simple:
No existe ni ha existido jamás la susodicha lista. Empero, la segunda mentira
es todavía más grave, en esas condiciones Peña Nieto no pudo escribir ningún
libro; así que el libro “de su autoría” que fue a presentar a la FIL vaya a usted
a saber quién lo escribió; esa impostura lastima por grotesca, por innecesaria
en un hombre que puntea en las encuestas con esos márgenes.
Debe llamarnos la atención, en segundo lugar, la
improvisación de Peña, su falta de oficio, de preparación, el yerro de sus
asesores. Es que iba a una feria de libro, ¿me explico? No a una feria de
camotes ni de automóviles, vamos, ni siquiera a un concurso de belleza. ¿De qué
le iban a preguntar, entonces, del color de sus calzones o por la marca del gel
que usa?
En tercer lugar, duele el comentario de la hija mayor
de Peña, Paulina, quien en su cuenta de Twitter
escribió, entre otras cosas: “Un saludo a
toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole y solo critican a quien
envidian”; duele, porque esta niña -no hay otro modo de llamarla vista su
edad- muestra un desprecio nada envidiable por nosotros -no los pendejos que
criticamos a su apá, deje usted eso-, sino por aquellos que formamos parte de
“la prole”; me imagino, que dentro de ese calificativo no están los hijos de
los Salinas, de los Chuayffet, de los Montiel, sino los otros, los que no
tuvimos la fortuna -o la desgracia- de nacer en pañales de seda al amparo de la
voracidad de nuestros ancestros; duele porque, la “prole” no se refiere a la
progenie ni a la familia de nadie, sino que dicho así, parece aludir a la
chusma, a la gentuza, al vulgo, al populacho, a la inmensa mayoría de nosotros,
el pueblo de México; duele porque es posible que en su ignorancia -digo,
tampoco tiene un modelo a quién emular ni a quién copiar- la chamaca no haya
querido decir “prole” sino “plebe”, pero como ya vimos, la cultura no es lo
suyo, y la plebe forma una otredad frente a los potentados, los poderosos, los
opulentos, los omnipotentes, de los que, sin duda, la hija de Peña Nieto a sus
tiernos 16 abriles forma parte sin ningún mérito para ello excepto el de ser la
“hija de papi”; duele, por último, porque en una persona de su edad, es
imposible que se haya formado una personalidad capaz de tales juicios; a sus
años se comenta lo que se oye en casa; su actitud, su vocabulario, su desdén,
reflejan el entorno del que forma parte y pues, como luego se dice: “Por las vísperas se sacan las témporas”.
Finalmente, lo triste, lo lamentable, lo terrible
de todo este asunto, no es la ignorancia de Peña Nieto (compartida por millones
de nosotros) ni el desliz de su primogénita; lo escalofriante es que pudimos
constatar que Peña Nieto es un mexicano más, otro; y lo que esta hora demanda
son políticos, hombres y mujeres, extraordinarios; capaces de enfrentar las circunstancias
extraordinarias que nos asedian, que nos agravian, que nos ofenden… y viene
este señor a intentar burlarse de nosotros. Eso es lo que espeluzna, lo demás
es lo de menos.
Luis Villegas Montes.
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