Crónicas
Rurales:
Confiscación Fiscal, de los
Por:
Juan López Querubines
de Zeferino
Navidad ha sido siempre temporada emotiva:
recuerdos gratos, vendimia de paz,
fiesta del corazón. La cual con dinero es más alegre. Cavilaciones tales
retraían a Carlos Álvarez. Asomaba apenas a este calendario el año 2,000. Jamás
los estetas del gobierno se habían adjudicado, por sus buenos oficios o su
bonita cara, un bono económico por productividad.
Éste sería el primero. Olería a sorpresa
pero, la diaria fatiga, el sacrificio personal, el desgaste humano, la friega
hasta el delirio, lo justificaban.
Y si operaba en silencio, con la discreción
con que se hace todo lo que no queremos que se sepa, entonces la prestación
adquiere visos de: si te vienen a contar
cositas malas de mí, manda a todos a volar y diles que yo no fui.
Era el gobierno de los contadores. Los había
amarillos, azules, colorados, verdes, pardos, enanos, tordos, de la más diversa
especie; más, eso sí, nadie honesto, ninguno decoroso, ni por error alguno
probo.
Ahora, si la tarifa fue tasada en cincuenta
mil pesos Per-cápita. ¿De dónde extraer el saldo total para atender la gula de
tanto sibarita? Gentiles perezosos para recaudar del fisco, de repente se
vieron tan prestos en toparse con el venero, que los dotara de los suficientes
caudales que les indemnizaran sus insanos apetitos.
Carlos Álvarez firmó el papeleo que
justificó la confiscación de la caja de ingresos del hotel El Presidente. Mandó
a Memo su lacayo. Maniobraron el despojo disfrazados de publicanos e hicieron
de la alcabala en efectivo, un objeto sensual para, entre todos, repartirse
medio millón de pesos. Hasta los hoy difuntos recibieron su mochada. Zeferino
daba gracias a Dios por el obsequio de 50 mil pesos que le tocaron de los
dividendos del botín.
Ellos se autodenominaban empresarios. Y
empresarios era El Presidente, hospedería atracada por la caterva municipal: Cuando la perra es brava, hasta a los de
casa muerde. Así de sencillo justificaban estos maloras tan oronda
sustracción a los haberes del hotel.
Grupo de taimados, docena de ladinos,
hicieron valer un procedimiento interventor para cobrar a la hospedería
morosidades prediales. Correcto. Lo falto de vergüenza es acosar a un causante,
someterlo a la confiscación, intervenirle sus ingresos, para mitigar la única
necesidad de otorgar a los funcionarios ruines, un bono Navideño que les hizo más
dulce sus pascuas.
Fue un latrocinio callado. Pocos conocieron
la depredación. Como todo lo indebido, hicieron mutis y evadieron la culpa
hasta que El Novedades de Acapulco divulgó detalles, exhibió los cheques, los
recibos e informó los nombres y apellidos de tan bellos querubines.
PD: “No me den, pónganme dónde hay”: Refrán
burocrático.
0 Comentarios
¿Qué te pareció esta información? ¿Qué nos falta?