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Adiós a los caciques (En Guerrero)

BAJO FUEGO




José Antonio Rivera Rosales

Visto está que la era del caciquismo de horca y cuchillo llegó a su fin, lo que abre la expectativa para la irrupción de nuevos liderazgos políticos que estarían obligados a desterrar para siempre aún a los cacicazgos políticos nóveles, si es que quieren abrir espacio a una nueva era de libertades políticas ciudadanas.
Surgido de los residuos de la Revolución Mexicana, el viejo figueroismo comenzó a mermar su influencia política a partir de la masacre de Aguas Blancas ocurrida el 28 de junio de 1995, lo que constituyó el principio del fin de su reinado después de la larga noche de terror que fue la Guerra Sucia, en la que el terrorismo de estado predominó en todo el país, con énfasis mayor en el estado de Guerrero.
Aún después de 1995, el cacicazgo figueroista logró colocar cuadros en el poder público local hasta que en el proceso electoral de 2015 fue finalmente aislado de las decisiones políticas por la alianza forjada entre Héctor Astudillo, Manuel Añorve y René Juárez Cisneros, un hecho que ya sentó precedente en la vida política de la entidad.
Surgido durante el cervantismo, el cacicazgo aguirrista se mantuvo incólume hasta que la tragedia de Ayotzinapa constituyó un duro golpe a su trayectoria política, lo que lo obligó a abandonar el poder para dar paso a decisiones políticas procedentes del gobierno de Enrique Peña Nieto, su amigo personal que, de todos modos, no ha podido resolver ni hacer justicia plena en el caso de los 43 jóvenes normalistas desaparecidos el 26 y 27 de septiembre de 2014.
El caso de Manuel Añorve es bastante particular: su ascenso meteórico fue acotado por cálculos políticos erróneos que lo llevaron, junto con su jefe Manlio Fabio Beltrones, a abandonar la arena política después del desastre de las últimas elecciones estatales de junio pasado, en que la operación política bajo su responsabilidad arrojó resultados adversos para la gestión de Peña Nieto.
Por el contrario, René Juárez Cisneros fortaleció su presencia y poder político al ser designado subsecretario de la poderosa Secretaría de Gobernación, cartera en la que despachaba Luis Miranda, el hombre de toda la confianza de Peña Nieto. Desde esa postura, Juárez tiene la oportunidad de coadyuvar con la gestión de su amigo Héctor Astudillo Flores.
Con todo, Juárez Cisneros no parecer tener el perfil prototípico de un cacique, al extremo de que, inclusive, se ha mantenido alejado del estado por voluntad propia desde su elección como senador de la república. Su presencia en el estado de Guerrero ha sido más bien sutil, sin intemperancias.
La reciente visita al puerto del dirigente nacional del tricolor, Enrique Ochoa, dio pauta para conocer la nueva geografía política de Guerrero: un salón pletórico de viejos y nuevos cuadros tricolores, en la que inclusive estuvo presente un Rubén Figueroa sonriente con todos, acompañando a Héctor Astudillo y a René Juárez.
En esa fotografía política destacó la ausencia de Manuel Añorve, al parecer relegado de los espacios del partido tricolor y, por extensión, de los espacios del poder.
Guardadas las distancias, una situación similar parece ocurrir en las filas de la izquierda partidaria: en el PRD las viejas tribus comienzan a retroceder precisamente debido a la crisis derivada de la tragedia de Ayotzinapa, en la que los principales dirigentes resultaron implicados, particularmente los de la tribu dominante, la de Los Chuchos, que con todo siguen manteniendo al control de ese instituto político.
Sin embargo, en uno y otro espectro político nuevos liderazgos comienzan a surgir amparados en esta suerte de coyuntura política propiciada por las crisis recurrentes que han generado decepción, frustración y enojo aún entre los cuadros partidistas, sin contar con el hartazgo social, la tensión, el miedo y la desesperanza del común de los ciudadanos.
Esta suerte de coyuntura política diversa, flexible y de amplio aliento -en la que los cacicazgos políticos no terminan por irse y los nuevos liderazgos no terminan por arribar-, es cuando han comenzado a surgir nuevos rostros que reclaman como suya la heredad política de los viejos cuadros partidistas.
En el PRI un nuevo grupo político, que se pensaba sujeto al añorvismo, comienza a mostrar su rostro a partir de la construcción de nuevos cuadros políticos reclutados entre los resabios de la orfandad política, pero también entre jóvenes profesionales, en la sociedad civil e incluso en los reductos abandonados de sectores tradicionales olvidados o maltratados por la desastrosa gestión de Ahmed Salas y Luis Miguel Terrazas.
Ese nuevo grupo político, en el que se conjugan inclusive jóvenes de nueva generación, es el que encabeza ahora Fermín Alvarado Arroyo, quien tendrá que reinventarse a sí mismo para estar a la altura del reto autoimpuesto de rescatar al PRI municipal de sus cenizas. Pero ya no como una responsabilidad delegada, sino como un nuevo grupo político en formación.
En la acera de enfrente es Evodio Velázquez quien se sobrepuso a los caníbales de su propio partido y, a la cabeza de la cada vez más fuerte corriente Nueva Mayoría -que él mismo construyó- ha comenzado a levantar un nuevo frente político en el que juegan papeles determinantes hombres jóvenes de su misma generación. Es una nueva generación de jóvenes políticos de izquierda, hay que decirlo, entre ellos su secretario técnico Geovanny Manrique.
Evodio tiene el reto de superar expectativas en su propia labor de gobierno, donde está enfocado en limpiar la casa para -ahora sí- echarle toda la carne al asador de la obra pública durante 2017 y parte de 2018, con el fin de llegar fortalecido a la nueva contienda por la alcaldía.
Sus enemigos, no obstante, están en su propio partido, en el que tendrá que lidiar con los herederos del caciquismo (léase Ángel Aguirre junior) tanto como con los antropófagos de otros sectores de la izquierda -los waltonistas, los petistas-, además de la derecha oportunista entre los que figuran algunos cuadros del panismo, que abogan por una nueva alianza o coalición política. Ahí se verá de qué está hecho.


Quedaría, pues, por determinar quién sería el prospecto del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), para estar en condiciones de ofrecer una expectativa completa de la nueva coyuntura política local en la que la puja por la alcaldía de Acapulco, ahora más que nunca, determinará el rumbo político de todo el estado.
Son nuevos tiempos para nuevos liderazgos. Esperemos que estos nuevos liderazgos estén a la altura de lo que la sociedad les demanda.

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