TRASFONDO
Julio Zenón Flores
La cultura narca ha cobrado carta de naturalidad en
Acapulco, como en casi todo México y los artistas, creadores, periodistas y
políticos se han sumado a ella con singular alegría.
Y es que representa muchos millones de pesos en ingresos,
sin referirse a lo obtenido de las actividades netamente criminales como el
trasiego de droga, que implica transportes, protección, producción y
comercialización, que deja grandes derramas en los círculos gubernamentales
merced a la corrupción, también hay ríos de dinero que corren en torno a la
producción de música que enaltece esa actividad a través de las llamadas
bandas.
Junto a ello, los libros que novelan vidas de
narcotraficantes famosos se disparan en las ventas y cada vez son más los
periodistas que de apenas saber medio redactar notas policiacas se vuelven
novelistas que van por el país de feria en feria, presentando la obra, donde
esos narcotraficantes tiene su “corrido novelado” y se les convierte en héroes,
en tanto que la televisión y el cine se suma a la onda narca y convierte en
éxitos series, telenovelas, que van sustituyendo a los insufribles y malos
melodramas.
En las cantinas de la mayoría de las ciudades suenan canciones
como Pacas de a kilo, entre otras y los jóvenes de zonas rurales y semirurales
empiezan a vestirse y a cantar y a hablar como sus héroes narcos de esa
literatura en auge.
Por supuesto, los buenos de esas historias son los narcos y
los policías son los malos. El mundo al revés. El antivalor elevado a paradigma
social y las niñas crecen buscando ser como Teresa Mendoza y los jóvenes como
el Señor de los Cielos o el Chapo, el cual hasta en máscaras de vinil empieza a
dejar dinero en Tepito, de la ciudad de México.
De esa manera, eso de
que los buenos o los que queremos la paz somos la mayoría se va convirtiendo en
una quimera. La mayoría enculturizada por los medios apologistas se va
enrolando en el antivalor. Si te metes conmigo o con mi familia o si me cobras
caro, o si tu vieja me gusta, simplemente te levanto, te meto a la cajuela de
mi taxi o te mando un sicario de 3 mil pesos o menos. La cultura de la muerte,
prohijada a su vez en la impunidad.
Y el gobierno da un trato al problema a través de acciones
policiacas, sin darse cuenta que es una cuestión cultural, que no se va a
resolver con militares o gendarmes que nunca podrán sacar de la cocina a la
señora ama de casa que fanática del Chapo y que apoya a su hijo que sale a
buscar chamba de sicario o de perdiz de minorista distribuidor de droga.
Ante eso, los ciudadanos que promovemos la cultura de la paz
somos cada vez menos y el gobierno equivocado, en vez de meter dinero a la
cultura, lo mete a la policía que va a seguir de fracaso en fracaso o cuando más
nos podría llevar a un estado autoritario.
Es momento de exigir a nuestros diputados, senadores y
gobernantes, que frente a la cultura narca fomenten la cultura de la paz, la
solidaridad, la democracia, la convivencia pacífica, el respeto, para lo cual
el papel de los maestros es fundamental, pero también el papel del arte, de
buena calidad, para conquistar espacios y audiencias, usando también a los
propios medios de comunicación masivos como las grandes televisoras y con mayor
razón, los sistemas de radio y televisión estatales y municipales.
Es necesario aumentar el apoyo a los artistas que producen
material que contenga aspectos que promuevan los valores éticos y morales que
lleven a una mejor convivencia, pero también impulsar la calidad de las barras
programáticas y competir con lo comercial.
La cultura de la paz necesita ser relanzada, como en los 60
se hizo con la consigna hippie de “Hagamos el amor, no la guerra”.
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