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El otro lado de la moneda

BAJO FUEGO

El otro lado de la moneda


José Antonio Rivera Rosales
Tienen razón los trabajadores indocumentados en estar invadidos por el espanto.
De cerca de 7 millones de trabajadores migratorios mexicanos residentes en los Estados Unidos, unos 2 millones son guerrerenses que, obligados por la pobreza, decidieron emigrar a la Unión Americana en busca de mejores niveles de vida.
Estos dos millones de guerrerenses se encuentran especialmente vulnerables ante las bravatas que el magnate devenido en presidente ha lanzado a diestra y siniestra, especialmente en contra de los migrantes mexicanos.
Y es que en su primera semana al frente de la Casa Blanca, Donald Trump firmó 14 órdenes ejecutivas que afectan particularmente a los migrantes mexicanos además de otros países del mundo -entre ellos los siete países árabes que fueron vetados por el mandatario-, lo que le generó una oleada de críticas y denuestos procedentes de todo el orbe.
En una semana, pues, Trump se peleó con todo el mundo, pero ha mostrado su odio de manera particular contra los mexicanos avecindados en aquel país.
Ignorante de la historia, haciendo alarde de una incongruencia supina y con evidentes desórdenes mentales (que es lo más peligroso de todo), este Hitler yanqui -como ya lo empiezan a llamar en diferentes países del mundo- comenzó a destrozar el orden internacional que se había mantenido desde los tiempos de la postguerra.
En caso de que Trump cumpla su amenaza de deportar a cientos de miles de indocumentados mexicanos, los poco más de dos millones de guerrerenses establecidos constituyen un desafío descomunal para las autoridades mexicanas pero, especialmente, para el gobierno de Guerrero que carece por completo de recursos e instrumentos que le permitan hacer frente a la contingencia.
Recordemos que, después de un intenso escrutinio de las finanzas públicas, el gobierno de Héctor Astudillo llegó a la conclusión de que existe un déficit financiero por 18 mil millones de pesos de la hacienda pública estatal, lo que lo obligó a hacer un ajuste extraordinario, planeado a tres años, para estar en condiciones de operar en un marco de austeridad que le permita alcanzar logros modestos pero concretos, aún en medio de la violencia irracional que oprime al estado de Guerrero.
Pero esa planeación de tres años de gobierno austero está pensada para atender, de manera bastante precaria por cierto, a los 3.5 millones de habitantes de la entidad. Es decir, no hay espacio para los que regresarán a partir de este año, cifra de repatriados que podría ascender a un millón de personas.
Así pues, el escenario pinta catastrófico.

Por otra parte, aunque se trata de una lectura de botepronto dado que la nueva administración norteamericana lleva apenas unos días al frente del poder, resulta claro que todo el paradigma económico conocido hasta ahora ya se fue al carajo.
Y esa es la buena noticia.
La realidad es que este sujeto llegado al poder del país más poderoso del mundo está obstinado en generar condiciones para devolver el empleo y la seguridad a los ciudadanos norteamericanos, especialmente a los que fueron desplazados por los millones de trabajadores migratorios que se han establecido en aquel país.
Para alcanzar su objetivo, comenzó a hacer los preparativos para cancelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), como ya canceló la participación de los Estados Unidos en el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado multilateral de comercio que se negoció en secreto durante cinco años por los gobiernos firmantes, entre ellos México (primero con Felipe Calderón y después con Peña Nieto).
El TPP en realidad era más un mecanismo de seguridad para las empresas multinacionales que podían negociar toda clase de bienes -incluyendo los recursos naturales de cada nación firmante- en condiciones de absoluta de ventaja y en detrimento de la masa de productores y trabajadores que podían ser demandados ante tribunales a modo.
Así las cosas, el TPP es, hasta donde se sabe, un mecanismo comercial benéfico para capitales transnacionales, pero que terminaría de profundizar la pobreza de los trabajadores mexicanos, pobreza que según expertos pasó de 31 por ciento en 1994 (cuando entró en vigencia el TLCAN), al 62 por ciento en 2015. Ese tratado se negoció entre los gobiernos de Canadá, Estados Unidos, México, Perú y Chile, además de Japón, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Brunei, Singapur y Vietnam. Era un tratado asesino, que daría el golpe de muerte a los productores mexicanos.
Trump mandó al diablo ese tratado como con toda seguridad mandará al carajo el TLCAN, a pesar de las débiles protestas del gobierno de Peña Nieto, cuyo gabinete no ha acertado a construir siquiera una defensa coherente ante el magnate norteamericano.
¿Qué significa todo esto? Que se les acabó el negocio a la banda de apátridas que tomó el poder en México desde hace casi 35 años.
Queda por ver cómo será tratado el problema del narcotráfico, pero con seguridad muchos miembros de la élite estarán temblando a la hora en que se comiencen a rastrear los capitales que han ido a dar a los llamados paraísos fiscales. Veremos qué hará Trump en este tema, aunque ya adelantó que no habrá recursos para la Iniciativa Mérida.
Claro que habrá consecuencias por las decisiones abruptas de la administración norteamericana, pero a la larga esta ruptura de los bloques comerciales, que serán sustituidos por acuerdos bilaterales de comercio, obligará al gobierno mexicano a reactivar el mercado interno para generar riqueza y empleo en beneficio de la generalidad de los mexicanos, no de los capitales sin patria.
Y obligará al gobierno mexicano a dar marcha atrás con las reformas estructurales, en especial con la Reforma Energética. Pero parece que esto tendrá que instrumentarlo el próximo presidente, que así como van las cosas sin duda será López Obrador.
Así pues, a mediano plazo habrá muchas buenas noticias para los mexicanos. Sólo esperamos que a este demente no se le ocurra antes agredir militarmente a México. Nuevo

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